Clavos
La mujer que anida un mundo y clama un mundo, llora.
No es el clavo en el costado izquierdo lo que duele, no es ese saberse ya marcada por las horas del pasado, por las horas sin niñez. No es tampoco el clavo del costado derecho el que la inunda. Ese clavo dice que entiende la tristeza, que sabe ya cómo arrancarla. Tampoco la hacen agua los clavos de la frente, esas marcas abren el perdón.
Frente a frente a todo aquello que la vulnera, que la evita y no obstante no logra detenerla. No son las puntas que aguijonean su mente la razón de esas lágrimas que manan. Ni sus ojos son reflejo de un tiempo que pasó, que la negó e intentó borrarla. No.
Tampoco el clavo de su pecho logra ser la causa de esas lágrimas que fluyen. Porque su pecho herido ahora sabe más y siente más y vibra más.
No llora la mujer por sus heridas. Llora, quizás, porque en ellas se encuentra aquello que la arma, que la completa.
Seguramente sus ojos de sal, estáticos en taciturna huída, evidencian la felicidad de seguir, la certeza de ser.
Los clavos y sus marcas la convencen de que existe la libertad. Le demuestran que hay un a pesar de, un sin embargo.
«Al citar a otros, nos citamos a nosotros mismos»
Julio Cortázar
… y sabemos que la soledad nos engulle
que estamos solos
solos porque no nos pertenece nada
porque no pertenecemos…