El sueño de los gansos
Soñó con cien gansos blancos. Se contempló alimentándolos: lanzaba semillas al aire, las aves picoteaban el suelo, extendían sus alas. Sus graznidos se escuchaban como música feliz. Despertó deseando que ese sueño fuese realidad.
Abrió las ventanas, y se asombró al ver que, como en el sueño, una centena de gansos escarbaba con sus picos la tierra de su jardín. No había lógica alguna. Pensó que los milagros no necesitan excusas, y decidió cuidar de las aves.
Días después, la tarea de mantenerlos sanos comenzó a fastidiarle. Ensuciaban con sus heces todo el campo y chillaban si no se los alimentaba puntualmente. Como en una pesadilla, cuanto menos soportaba las tareas, los animales más se alborotaban y defecaban.
Construyó un cobertizo. Las aves, ahora, quedaban contenidas, la mugre oculta y ya no se escuchaba el barullo que hacían. Se sintió mejor hasta que la rutina de atenderlos comenzó a pesarle. Cerró la puerta del cobertizo, y los abandonó.
Pasado un tiempo dedujo que los gansos estarían muriendo uno por uno. Entonces una certeza se apoderó de su mente: estaba matando a lo único que poseía.
Destruyó el galpón y dejó que los gansos anduvieran libremente. Los alimentó con voluntad, limpió lo que ensuciaban sin quejarse. Cuanto más esmero destinaba a cuidarlos, los animales se volvían más dóciles y hermosos.
Una mañana al contemplar a las aves entendió lo que era la plenitud. Entonces los gansos se convirtieron en pájaros azules que se fueron volando.